Magia en un lugar escondido con Tito Auger y Mijo de la Palma

Domingo. Caía la tarde para irse convirtiendo en noche bajo el sol del Caribe en el sur de nuestra isla de Puerto Rico. Cruzar el pueblo de Peñuelas agasajados con la bella de los flamboyanes a pura pasión de colores, entrar a los campos de ese sureño pueblo en donde la carretera se hacía cada vez más angosta, las casas más rústicas y tener esa sensación de nuestra Isla en los años 50. El ir redescubriendo ese rincón de mundo, de lo que somos como pueblo, como naturaleza, simplemente vaticinaba que algo muy especial y mágico ocurriría.

Al llegar a la Hacienda Chiquita, el calor humano se sentía desde las personas que ayudaban a organizar el estacionamiento. La gente llena de alegría, de emociones, de expectativas habían tomado el suelo con sus mantas, velas, neveritas, sillas de playa frente a un “set” sencillo con sillas rústicas, velas, una mesa y tenido a su lado derecho una antigua edificación de almacén hecho de planchas de zinc.  Al lado izquierdo un risco desde el cual se observaba la silueta de la costa en Ponce y tras de todos, unas montañas que se cubrían de neblina lentamente.

En el estacionamiento, la sonrisa de los amigos músicos, ese algo tan diferente de cada uno, pero a la misma vez tan unificador, creaba una vibra especial: El espíritu detallista de Mijo de la Palma, la pasión de vida y sencillez de Tito Auger, el calor humano de Hermes Croatto, la sonrisa sincera y llena de energía de Ale Croatto, la mirada en arte de música de Walter Morciglio, y los amigos que allí llegamos y que nos fundíamos en abrazos y cariño.

Al llegar ese momento en el cual el color del cielo no es azul ni negro, cuando las luces en la distancia parecían una danza de cucubanos, un “buenas noches” en la voz conmovida  de Hermes Croatto sumió a todos en un profundo silencio y un aplauso en amor. Lleno de la magia de la noche, de exquisita vibra de la gente, sumido en el paisaje roba aliento, Hermes Croatto hizo un viaje musical a través de algunas canciones de su padre, Tony Croatto, con su particular pasión musical. Su participación tuvo dos momentos particulares intensos: La invitación a Tito Auger para que cantara una canción junto con él.

Acogido con un gran abrazo y con profunda mirada, Hermes se despidió invitando a subir a escena a Tito Auger.  Con su gran sonrisa y con su acostumbrada “Buenas noches mi gente”, las notas de la guitarra de Tito Auger con su apasionada voz, tomaron por asalto la Hacienda Chiquita, aquella naturaleza que con una brisa parecía acariciar a los allí presentes y el sonido de las hojas del árbol sobre el cantautor que con el viento parecía que lo acompañaban como un instrumento musical más. Tito cantó, sonrió, se conmovió, complació peticiones, se entregó, y con toda su energía, dejo la escena preparada para Mijo de la Palma.

En silencio entraron los músicos y poetas. Los acordes de la guitarra de Mijo fueron el mejor saludo de “buenas noches”. Mijo interpretó sus canciones sumergiendo al público en profundas emociones. La poesía de los poetas René Pérez y Kidany Acevedo, en fusión con la música, esa noche tomaron una intimidad y complicidad particular y especial. Un momento de su participación que robó profundos aplausos, fue cuando Mijo invitó a Tito Auger para que lo acompañara en una canción la cual interpretaron magistralmente. Complacidos, dejando al público satisfecho y con ganas de más, bajo la noche y las estrellas peñuelanas, Mijo se despidió en profunda gratitud.

Las velas se iban apagando, susurros tomaban aquel lugar, comentarios de profundo gusto por lo vivido sonaban bajito, siluetas se abrazaban, mientras el público iba saliendo de la Hacienda Chiquita. En ese lugar se quedaba una nueva magia, una nueva historia imborrable, una nueva noche, como muy pocas, donde volvimos a ser gente.

por Angel Matos