Cuando el corazón de Santurce se vuelve un poético desquicio de luces, movimientos y anonimato; cierta sensación de arte se siente entre los espacios. Como epicentro silente, en la Parada 18 se eleva provocador y exponente de innovador arte el histórico edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico. El pasado 22 de agosto de 2017, los ladrillos de la antigua estructura y el eco en los espacios cercanos, vibraron y se impregnaron de la intensa música, ritmos y letra de la cantautora puertorriqueña Lizbeth Román en el concierto/presentación de disco “La otra ruta”.
El cruzar el portón que daba acceso de la calle al terreno del Museo, era como entrar a otro mundo. De algún modo, el ruido de la ciudad quedaba fuera en cierto realismo mágico y una vibración con un nuevo ritmo se sentía susurrando en la piel y detrás de los oídos. Al pasar a la estructura, un juego de luces y sombras, de siluetas de personas que parecían nacer de la nada, creaban unas sensaciones que ciertamente vaticinaban algo único. Al fondo de patio interior del Museo, una pequeña tarima con un micrófono, a su lado un espacio con instrumentos de percusión y en otro un piano. Sillas que rápidamente se llenaban de gente, cojines sobre el suelo al frente y los arcos alrededor del patio con personas tomando sus rincones llenos de buena vibra para vivir lo que sería una noche, sencillamente, mágica.
En cierto momento y sin ser anunciado, las luces del Museo se apagaron. Desde uno de los arcos detrás de la tarima, comenzó a sonar el provocador sonido del cuatro puertorriqueño de José Eduardo Santana y seguido la inconfundible voz de Lizbeth Román interpretando la versión acústica de la canción “La bruja”. Un silencio se apoderó de aquel lugar mientras el cuatro de José Eduardo parecía, más que tocar notas, hablar y hacer coro a la canción de Lizbeth llevando la misma a un nivel exquisitamente sublime.
Al apagarse de nuevo la luz y entre las sombras, luego de un caluroso aplauso, los músicos tomaron sus espacios y Lizbeth su pequeña tarima la cual, con su magia, haría de la misma una inmensa. Al ella llegar a su lugar, unas luces azules se encendieron, los acordes de su guitarra comenzaron a sonar y en un juego vocal de sonidos, bajando la escalera tras la tarima, se le unión la también cantautora puertorriqueña Mima. En un juego de seducción entre los acordes de la guitarra, un alucinante juego de sonidos sin necesidad de palabras desde sus gargantas y miradas, los suspiros y las ojos atónitos de las personas, se confabularon y fusionaron con la noche; Relación extra sensorial que permearía y no se rompería a lo largo de todo el concierto. Seguido a esta introducción, ambas cantautoras acompañadas de la banda de los Duendes Invisibles, interpretaron la canción “Me voy” terminando la misma fusionadas en un cálido, sentido y emotivo abrazo.
Con su rostro teatralmente pintado, continuó su concierto cantando “Tuki tuki” seguido de “Pom pom”. Antes de seguir con la próxima canción, tomó un tiempo para dar la bienvenida al público. En su rostro se veía emoción y sorpresa y en su voz, felicidad y agradecimiento profundo y genuino. Seguido, el crujir del tambor en un ritmo genéticamente inconfundible para los puertorriqueños, se adueñó del lugar nuestro ritmo de bomba y de la escalera detrás de la tarima bajó con un llamativo traje típico para el baile de este ritmo el polifacético artista Lío Villahermosa quién realizó una intensa danza de dicho ritmo afrocaribeño.
Con esa vibra y ritmo en lo más profundo de todos los presentes, el concierto continuó con las canciones: “La marea”, “La nube/Camino sola”, “Cierra el baúl”, “Bolero saltarín” y “Quédate con tó”. Entre canción y canción, Lizbeth compartió anécdotas, agradecimientos y explosivos comentarios, como es tan emblemático en ella.
El concierto continuó con la canción “Esquinas” en la cual, en cierto momento de la misma, contó con la participación del cantautor indie puertorriqueño Eduardo Alegría quien fusionó de manera interesante, su diversidad interpretativa con la de Lizbeth creando una rica textura sonora. Luego del gran aplauso al terminar dicha canción, la cantautora agradeció al público y se despidió al cantar “Mangó”.
Con un público vibrante y hambriento de más, Lizbeth volvió a tarima. Invitó a pasar la pianista puertorriqueña Brenda Hopkins Miranda para interpretar “Libertad” quién, con la pasión de sus dedos sobre el teclado, le dio poesía a dicha canción. Como si fuera poco, con esa energía que había, hicieron una pieza más en “jameo” que puso al público al borde de sus asientos y bailar los que estaban sentados en los cojines. Así, llena de emociones, Lizbeth se despidió de su público.
Al terminar el concierto, cierta sensación de no creer la magia de lo que se había vivido, quedó en el rostro de la gente. Poco a poco el Museo se fue vaciando mientras la gente se seguía encontrando, reconociendo y abrazando. Al caminar hacia donde estaba Lizbeth, solo se escuchaba entre la gente comentarios de sorpresa, de agrado y de satisfacción. En lo que sirvió de tarima, Lizbeth se fusionaba entre abrazos con su gente en especial con sus padres que vibraban llorosos de emoción al ver a su hija brillar del modo que lo hizo.
¿Cuánta historia puede caber en el silencio del ladrillo, en un charco en al lado de la parada con el reflejo de las luces de los edificios, en la pareja acabada de salir del restaurante agarrados de la mano de camino a quién sabe dónde, en la mirada triste de la travesti prostituta al bajar su rostro diciendo “gracias” luego de un “linda noche” que le dijera un poeta? No lo sé, pero sí sé que ese rincón de ciudad, esa noche, se impregnó de la magia, la vibra, la historia de Lizbeth Román y sus duendes invisibles.