Nuestra isla y cultura están llenas de puentes literales y metafóricos que nos conectan el presente con el pasado, el aquí con cualquier allá, pero siempre con ese sentido de identidad y pertenencia que nos hace únicos en el mundo. Uno de esos lugares que ha sido puente en la evolutiva vida cultural y onírica desde su creación en el Siglo 19 lo ha sido el Teatro Alejandro Tapia y Rivera. Los días 2 y 3 de junio, en un acto de caridad y creatividad, la pianista Brenda Hopkins Miranda convocó a todos los músicos que fueron parte de su disco “Puentes” a unirse en un magno concierto a beneficio de las organizaciones civiles Matria de Caguas, Casa Pueblo de Adjuntas y Peces en Humacao.
Entrar a ese imponente teatro tan lleno de historia, daba una sensación de paz y a la vez una vibra particular que se iba cocinando al son del vídeo que se presentaba en la tarima el cual recogía la experiencia de los músicos invitados al proyecto del disco, así como con los líderes de las organizaciones sociales/civiles/culturales para quienes iría lo recaudado en dicho evento. Poco a poco fue la gente llegando y llenando ese hermoso recinto hasta que cerca de la hora pautada, se apagaron las luces. Una silueta caminó por la imponente tarima a oscuras hasta posarse en el medio de la misma; Otra se acercó al piano. De pronto, unos pies al ritmo del flamenco comenzaron a hacer vibrar a los presentes al tiempo que se encendían las luces de la tarima en la cual el piano de Brenda Hopkins y el poético baile de Jeanne d’Arc robaban suspiros, aplausos, admiración en la interpretación a música y baile de “Muévete cafecito”.
Luego de esa apertura y de fusionarse en un cálido abrazo bailarina y pianista, Brenda tomó el micrófono para dar la bienvenida y presentar a su próximo invitado a quien describió como su “super héroe”: Tito Auger. Tito entró con su acostumbrada paz y sonrisa convirtiéndose rápidamente en un despliegue de pasión vocal, energética, de ritmo y de amor patrio al interpretar “Donde yo nací”. Para esta canción, estuvo en tarima la banda y un coro compuesto por estudiantes de música de la Universidad Interamericana. Al terminar, Brenda agradeció a Tito su participación y se abrazaron efusivamente.
Con ese sentimiento patrio, la pianista y la banda interpretaron instrumentalmente una de las canciones más emblemáticas del cancionero puertorriqueño: “Preciosa”; Interpretación hecha con un sentido de pasión y solemnidad muy especial que bien supo poner al público a cantar y suspirar. Luego de la misma y al marcar el tiempo, la banda comenzó su próxima pieza. Entraron a tarima Cheryl Rivera y Javier Gómez “Vivantativa”. En un juego de seducción de miradas y gestos, dieron vida y sentido a la canción “Romance del campesino”; Pieza de toque jíbaro que Brenda supo llevar a otro nivel en un juego de sonidos que van desde el jazz al funk.
Al terminar, Brenda habló sobre Cheryl y Javier haciendo especial mención a las bondades de este último. Así la pianista presentó a su próximo invitado a quien dijo que su estilo sería su mejor carta de presentación. Con esa sensualidad, barroquismo, juego de sonidos, movimientos y miradas, se adueñó de la tarima Fofé al interpretar “Cumbanchero”. Bajo los arreglos especiales para esa canción, el cantante supo llevar ese clásico a un nivel poco pensado por muchos llevándose un muy efusivo aplauso al final de su presentación. Con esa enorme vibra, caminó hacia el centro de la tarima vestida de negro y con unos llamativos labios rojos en contraste, la cantante Emily Gómez. Con intensa pasión, su potente voz y registros musicales, y con un emotivo adueñamiento de la canción, la cantante interpretó “Black coffee”; Interpretación que robó profundos suspiros entre el público y con la cual la misma intérprete terminó con los ojos aguados.
En un contrapunto de intensa energía, tomó tarima Cheryl Rivera para interpretar la canción “Feelin’ good”. Con la dulzura y potencia de su voz y su apoderamiento de la tarima, Cheryl supo llevar al público entre emociones. Al terminar esa magistral interpretación, el zapateo se volvió a adueñar en los pies de Jeanne d’Arc y de la demencia de la voz de Lizbeth Román para interpretar a baile y canción, “Verde luz”; Interpretación que sorprendió mucho al público y que estuvo marcado por el juego de sonidos de Lizbeth, un arreglo en jazz/flamenco de la misma, y la intensidad del baile de bailadora; Pieza que puso de pie en aplausos a muchos de los asistentes.
En un paréntesis de profunda emotividad, Brenda tomó el micrófono para recordar a los muertos no oficiales del huracán María. Al mencionar en dicho reconocimiento a una de sus mejores amigas, se le quebrantó la voz y se escuchó musitar a varios en el público. Para esas personas que partieron de este mundo, interpretó sola a piano en un arreglo de jazz y flamenco la canción “Lamento borincano”. Fue tanta la pasión y con tanta fuerza que tocó el piano, que muchos recordaron a sus muertos y robó variedad de lágrimas entre la gran mayoría del público.
Reponiédose de lo vivido e interpretado, Brenda invitó a su próxima invitada: Ana del Rocío. Con su voz y ese toque tan de ella del flamenco en su garganta, interpretó la canción “People get ready” la cual fue ricamente acogida por los asistentes. Al terminar, la pianista se puso de pie y agradeció a cada uno de los que hizo posible el concierto. De ese modo, anunció a su próximo invitado con el cual cerrarían la velada: Eduardo Alegría. Con su usual exotismo y dominio de tarima, Eduardo tomó el micrófono para poner a vibrar a la gente en un arreglo demente, juguetón, provocador para la canción “Sal a caminar”. El cantante jugó con la música desapareciendo en cierto momento detrás de la tarima y apareciendo con una pancarta que decía “Sal a caminar”. En cierto instante instrumental, Brenda invitó a pasar a tarima a todos los músicos invitados. Allí todos jammearon con el estilo de cada cual bajo el estribillo de la canción. Inclusive, la pianista puso a hacer lo mismo a cada uno de los miembros del coro quienes mostraron sus talentos individuales y creatividad.
El concierto terminó entre abrazos, vítores de gratitud y aceptación en el público. El Tapia se fue vaciando quedando un espíritu de lucha y supervivencia. En los camerinos, músicos seguían jameando, sonriendo, haciéndose selfies, planificando próximas aventuras musicales, sencillamente: Complacidos y felices. Esas noches hubo puentes entre tiempos, estilos, emociones, entre todos en lo colectivo e individual y quedó un tramo de otro puente para que cada cual asuma su ruta hacia la felicidad y ser esa patria viva a la que todos soñamos y para la cual cada día salimos a construir desde el lugar y talento de cada uno.