reseña por Lovelia Octaviani y Walter Morciglio

Uno de los tantos impactos pandémicos sobre la industria musical fue la cancelación de giras. Cientos de artistas a través del globo vieron sus presentaciones disiparse ante la incertidumbre del futuro visible.

Le tomó 958 días a Jorge Drexler concretar su cita con el público puertorriqueño. En ese receso sin dueño, llegó un nuevo disco y otro formato de gira completamente distinto. El concierto -que hubiera sido acompañado solo por su guitarra y voz- se armó de novedosas canciones y una espectacular banda.

Con ese gran premio musical, el uruguayo volvió a cantar en suelo sanjuanero inaugurando su concierto con “El Plan Maestro”. Tema que inicia su reciente lanzamiento sonoro, ‘Tinta y Tiempo’. Un despliegue magnífico de posibilidades melódicas y rítmicas que nos permitieron apreciar una libertad poco explorada en el campo cantautoril:  el baile. 

Libre de la guitarra, Jorge tomaba el micrófono y bailaba por el escenario como nunca antes se había visto en tarima. Con ese cadencioso vaivén y evocando pequeños destellos a lo “Caetano Veloso” interpretó “Deseo”, “Corazón Impar” y “Cinturón Blanco”. Se le observó contento -bailarín y seductor- dándole forma a los textos mediante un juego de piernas, manos, cintura y gestos.

El gozoso repertorio incluyó clásicos como “Me haces bien”, “Inoportuna”, “Salvapantallas”, “La milonga del moro judío” y “Todo se transforma”. Sin olvidar apelar al sentimiento boricua tocando su versión del “Lamento Borincano”.

Cabe destacar, la inesperada puesta en vivo de “Era de Amar” con su breve homenaje al “Puente” de Cerati, la particular rendición de “¡Oh, Algoritmo!” a guitarra eléctrica -mientras adoraba como a un dios un único punto verde en la pantalla- y la magistral inclusión del junte de bomberas boricuas repicando los tambores en “Movimiento”, “Tocarte” y “Bailar en la Cueva”.

En definitiva, Jorge Drexler -con su poderosa sutileza vocal- rebasó las expectativas entonando 26 canciones frente a una fanaticada súper entusiasta.  Convirtió lo mínimo en grandioso, tras solo utilizar una iluminación básica y sencilla -apelando a la hoja en blanco de su más reciente producción- para armar las demasiadas confesiones e historias personales compartidas.

Foto por Edgar Cruz Robles


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